El bar Vistabella abrió sus puertas el 22 de diciembre de 1964 en el, por aquel entonces, barrio de Montemolín. La aventura la inició, junto a su hermano, Manuel Orós, un joven de 17 años que había llegado a Zaragoza desde Vistabella de Huerva, pueblo de la Comarca de Cariñena del que procede su familia y que dio nombre al establecimiento, para aprender el oficio de la hostelería. Sus padres, Pedro Orós y Milagros Andreu, decidieron que
abrieran un bar en la capital, donde se trasladaron dos años después para poder estar todos juntos.

Entonces el barrio era como un pequeño pueblo situados en las afueras de Zaragoza. Mientras por sus calles pasaban carros de caballos con el carbón que llegaba a la antigua Estación de Utrilllas, el bar Vistabella ya era toda una institución gracias a sus almuerzos, su comida tradicional y al boca a boca. En el 72, la mujer de Manuel, Mari Lorente, se unió a la empresa familiar, no sin pequeños problemas de adaptación al sector.

“Tenia 20 años y no sabía ni poner una caña. Un día me quedé sola en el bar y dos clientes pidieron una cerveza. Les
puse perdidos de espuma…”, recuerda Mari, quien sigue cocinando en el bar que ahora dirige su hijo Pedro, la tercera generación de la familia en el Vistabella, tras sus padres y sus abuelos.

 

 

“Queríamos que se dedicara a otra cosa, porque la hostelería es una profesión muy sacrificada, pero acabó su carrera y decidió que quería seguir con el negocio”, aseguran Manuel y Mari. Pedro pertenece a una nueva añada, pero quiere conservar los valores que convirtieron al bar en un referente. Llegó un momento en el que tuvieron que cambiar el modelo porque no daban abasto con tanto trabajo. Entre los trabajadores de la fábrica de ascensores Schindler, que se encontraba a pocos metros, y una cooperativa de taxistas que se instaló en la zona, los almuerzos y las comidas del Vistabella se convirtieron en un populoso ritual. “Teníamos que comenzar a cocinar a primera hora de la mañana para que cuando llegaban todos hubiera comida suficiente”, recuerdan.

Algunos trabajadores de Schindler llegaron a tener tan buena relación con los dueños del bar que incluso comían
todos juntos, como una gran familia. “Venían muchos suizos y alemanes y al principio solo querían comer tortilla, pero les fui convenciendo de que probaran otras cosas. Después de comer me decían que les apetecía para el día siguiente y lo negociábamos”, explica Mari. Ahora el que está al frente del negocio es su hijo Pedro, pero la filosofía y los platos más populares siguen siendo los mismos: el que más triunfa son las magras con tomate y huevo fritos, pero tampoco faltan los callos, las madejas, las lechecillas o el bacalao ‘a la Mari’. Para celebrar el medio siglo, Pedro y sus padres celebraron una gran fiesta con los amigos y los clientes habituales del bar Vistabella.

La plantilla del bar Vistabella

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