En pleno centro de Zaragoza, pero con alma y carácter propio, encontramos La Magdalena, uno de los barrios con más personalidad de la ciudad. Famoso por el juepincho, que desde la pandemia se ha pausado y solo algunos bares lo han retomado hasta la fecha, este barrio atrae a muchos zaragozanos y visitantes, tanto por su arquitectura y espacios curiosos como es la Iglesia de la Magdalena de estilo mudéjar que preside la plaza que lleva su mismo nombre o las tiendas de segunda mano y de artesanía que inundan las calles. Su ambiente de barrio, donde todos se conocen y dicen hacer mucha piña, y sus calles repletas de arte urbano y de vida son el distintivo que ha hecho que muchos establecimientos hosteleros hayan decidido ubicarse aquí.

Desde los años 70, este barrio del casco antiguo ha sufrido una transformación incitada por el Ayuntamiento de Zaragoza y los vecinos, que han hecho que hoy en día sea un espacio dinámico de interculturalidad lleno de asociaciones vecinales y centros sociales. Esta variedad de culturas también se plasma en la hostelería de la zona y un ejemplo de ello es el establecimiento por el que comenzamos esta ruta gastronómica por el barrio de La Magdalena.

Entrando al barrio por la Calle Mayor desde San Vicente de Paúl, a mano izquierda encontramos Alma Criolla. Quién diría que un trocito de Argentina estaría en pleno “barullo” del barrio. Con una sonrisa, Cecilia y Adriana nos reciben en el local que en octubre cumplirá cinco años. ¿Su secreto? Producción diaria, con mimo, y sobre todo con producto de proximidad. 

El olor a empanada inunda el local. Con más de veinte sabores -algunas argentinas y otras de temporada-, se ha convertido en uno de los lugares de referencia en la “moda” de las empanadas argentinas. “Estas son de verdad, nosotras fuimos las primeras”, confiesan cuando les preguntamos sobre ello. Al fin y al cabo, se nota la mano de su país, aunque ya se les puede considerar unas más del barrio. Cuentan con opciones de todos los gustos, aunque parece que las picantes son las reinas del Alma Criolla. Al menos, las más demandadas. También cuentan con opciones veganas, aunque todas las opciones están elaboradas con masa sin producto animal.  

Su buen hacer se ha visto reconocido por la Guía Repsol y por la prensa de la ciudad. “Cuando salimos y le dimos repercusión, notamos mucho movimiento. Con el Heraldo se notó muchísimo. Hablaron de una empanada y todo el mundo venía a por ella”, nos confiesan entre sonrisas de complicidad. 

Sin duda, el Alma Criolla es una de las opciones a las que tenemos que acudir si pasamos por la Magdalena. Un barrio del que las dueñas solo tienen buenas palabras. Del barrio, y de sus gentes, que echaron una mano cuando más lo necesitaban: “en pandemia lo que nos apoyaron los clientes es impresionante. Viene gente que trae gente, y nos deja alucinadas. El boca a boca es lo que más mueve. Es lo que nos mantiene”. 

Del Criolla al Entalto. Uno de los veteranos de La Magdalena. “El barrio está mucho mejor y hay mucho ambiente y unión entre los bares. Tenemos un grupo de mujeres abierto que se llama las Torres de las Violetas,  y con el que nos vamos apoyando las unas a las otras”, nos comenta Chus, su dueña. 

Está dirigido únicamente por mujeres que intentan enfocar el establecimiento hacia la cultura. Mayte, Ana, María Luisa, María, Erika, Rocío, Mara y Chus son las encargadas de hacer cumplir el lema del Entalto. Una frase lo dice todo: “Mirando al futuro sin perder la rasmia”. Al futuro miran con la misma ilusión del primer día, y la rasmia la mantienen con detalles como su carta compuesta por nombres e historias de mujeres ilustres aragonesas. 

Concurso de croquetas, Ruta de la Tapa Mudéjar… Las chicas del Entalto se apuntan a todo, y como para no hacerlo. En el primer año del concurso de croquetas consiguieron el segundo puesto en la categoría de croquetas sin gluten. Un logro que ha hecho que se acerque mucho público a probarla. “Tiene mucha repercusión, sí que se nota”, nos cuenta Chus mientras saluda a un cliente. “Es un barrio muy familiar, muy de encuentro. Diecisiete años con las puertas abiertas hacen mucho”.

A pocos metros nos “tropezamos” con El Gallinero, la segunda casa de media Magdalena y lugar de peregrinaje para los amantes de sus croquetas. “Hacemos de veinte clases, aunque diariamente solemos hacer de unos doce o trece tipos”, confiesa Juan mientras nos las enseña con orgullo.

Estamos hablando de la típica Taberna del barrio, “un lugar de encuentro para hacer nuevas amistades”, tal y como nos describe nuestro anfitrión. La barra repleta de tapas, pinchos y vinagres, preside el pequeño local. Un local que en pocos minutos comenzará a dar el servicio del vermú. Casero y con tapa, como debe ser.

Cada miércoles y domingo ofrece algo diferente, música, poesía… Muy acorde a lo que nos ofrece la Magdalena y al que está acostumbrado el público habitual de la zona. “La hostelería bien entendida es muy bonita. Y cada uno tiene sus diez garitos favoritos. Te sientes como en casa, y además si no vas casi que te echan la bronca”, nos cuenta entre risas. 

Abandonamos la pequeña Taberna con ganas de volver, y nuestro camino nos lleva hasta el Refugio del Crápula, otro de los típicos que ahora regenta Mariano Bartolomé. 

Con el cierre del afamado Juan Sebastian Bar, él y su equipo decidieron seguir aportando por la hostelería en el barrio. Ha sido un acierto, tanto sus clientes habituales como nuevos amigos se acercan a lo largo del día a uno de los míticos. Hablamos de un clásico, “un bar que refugia a todos los crápulas de la zona y de la ciudad”, afirma Mariano. Pero no solo eso, sino que hace de “centro cultural”, ya que aglutina buena parte de la farándula que recorre La Magdalena. Los monólogos triunfan.

“La Magdalena no es tanto como un pueblo, pero sí muy barrio. Nos nutrimos de la gente de alrededor, y aquí la cultura va en el adn que viene a vivir. Nos hemos aprovechado de esto para querer hacer comedia, tanto música, como monólogos”, nos cuenta Mariano.

Su interior es carismático. Es una tasca pequeña pero decorada al detalle. Dentro se respira diversión, y enseguida uno se da cuenta de que el El Crápula ha sido el hogar de muchos vecinos  de la Magdalena. Además cuenta con una amplia terraza en su exterior en la que se pueden pasar buenos momentos en un ambiente más que entrañable.

Abandonamos la Calle Mayor para dirigirnos a plena Plaza de la Magdalena. Uno de los lugares privilegiados de este cultural centro lo regenta David y su Taberna Urbana, con ya 34 años de historia a los pies de la iglesia. 

David empezó echando una mano a sus tíos y se metió de lleno en el mundo de la hostelería. “Era un barrio bastante conflictivo con bastante delincuencia. Abrí con ellos con pajarita, frac… Para intentar lidiar con el problema que había en la zona”, nos cuenta el propietario. 

En 1992 se encargó por completo del local, y desde entonces La Taberna ha pasado por muchas transformaciones. Desde ser un local de copas, a formar un lugar de tardeo con oferta gastronómica para picar. Algo que sin duda les está ayudando a pasar los últimos coletazos de la pandemia gracias en parte a las numerosas mesas de las que disponen en su terraza. 

“Falta un poco para recuperar la normalidad. Sí que hay gente que sale igual que antes, pero hay un grupo de personas que ha cambiado sus hábitos a la hora de salir. Falta que la gente tiene que darse cuenta de que hay que vivir con el Covid, y que no podemos quedarnos en nuestra casa”, confiesa David.

Sin embargo, el experimentado hostelero sigue viendo problemas en el sector. “Lo que está afectando ahora es el tema de la inflación. Está desmoronando a mucha hostelería en el sector. Más que el Covid, donde por lo menos hemos tenido ciertas ayudas”.

Sin embargo La Taberna Urbana sigue intentando renovarse y ofrecer cosas nuevas. Cuenta con un amplio espacio en su interior con una barra en la que se exponen algunas de las tapas que se pueden degustar. Su luminosidad destaca sobre el resto por sus grandes ventanales que conserva desde que fuera una sucursal bancaria. Curioso cuanto menos. Hoy, es uno de los lugares de referencia del corazón de la Magdalena. 

Y si este rincón del casco antiguo ya de por sí nos ofrece una oferta diferente, la Birosta es fiel reflejo de ello. El local vegetariano ha revolucionado la economía social de Zaragoza a través de la inclusión de productos de temporada en su carta vegetariana y vegana. 

“Veníamos del sector alternativo de Zaragoza, y ahí teníamos a nuestros agricultores y gente trabajando. Ha ido creciendo con los años, y ahora el valor social es un valor en alza”, afirma Chema.

Su máximo exponente es el proyecto de Frixen Cola, una marca alternativa a los refrescos comerciales azucarados que se ha convertido en su marca de identidad. No es nada extraño ver la bebida en los establecimientos cercanos. Al fin y al cabo, el apoyo entre las gentes de la Magdalena ha creado relaciones muy estrechas: “Hay un vínculo muy cercano entre todos. Nos juntamos muchas veces, hacemos reuniones…”, cuenta Chema. 

El apoyo de los vecinos y de amigos de la propia red de economía alternativa de la que proviene La Birosta fue esencial en sus inicios. Hoy en día, su popularidad está en alza, y Chema, entre risas, manda un mensaje a la gente que piensa que el modelo vegetariano no ofrece tantas alternativas como un restaurante tradicional. “Que crezcan y abran su mente, porque aquí nos ha pasado que viene un montón de gente, se pide el menú del medio día, y piensan que se van a quedar con hambre. Se piden cosas de más, y luego se las terminan dejando”. 

Abandonamos La Birosta, y con ello, ponemos fin a nuestra visita a La Magdalena. Un barrio diferente. Un barrio que ha luchado mucho para llegar a lo que es hoy: un lugar de paso obligado en Zaragoza.

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