Nos asomamos a uno de los barrios con más solera de la ciudad. Ubicado en la margen izquierda del Ebro, encontramos una gran variedad de establecimientos hosteleros con una personalidad muy marcada y una oferta de lo más diversa. Hoy nos perdemos por algunos de ellos. 

Ubicado en la margen izquierda del Ebro, el Arrabal, o El Rabal, como se dice en aragonés, es el segundo casco histórico de la ciudad. Un barrio tradicionalmente obrero, en el que vive gente trabajadora, y que cuenta con una buena selección de bares “de los de toda la vida”, como cuentan nuestros protagonistas; y en los que más que un establecimiento se han convertido en un anexo del hogar de los vecinos y vecinas de la zona.

Bar Jaén 88

Como explican los locales pertenecientes a la Asociación de Cafés y Bares de Zaragoza de la zona, más que clientes, son familia. Así lo asegura el propietario del establecimiento Jaén 88, José María Algárate. Y es que comenzamos el paseo por el barrio por un local con vistas al Ebro y con uno de los establecimientos con más historia. Ubicado en el 24 de la calle Gregorio García Arista; abrió sus puertas en 1988. “Antes había un local de futbolines, y luego montaron un bar. Mi hermano Fausto y yo cogimos de traspaso del anterior propietario, natural de Jaén, de ahí su nombre”, relata el zaragozano.

Así, desde hace dos décadas, los vecinos del barrio cuentan con un rincón en el que degustar una amplia variedad de croquetas de todo tipo -como jamón con pollo, boletus, rabo de toro o panceta con roquefort-, embutidos y otro tipo de productos como torreznos, tortilla de patata, raciones o tapas. “Siempre hemos apostado por el buen producto. Traemos de lo bueno, lo mejor”, asevera. Y eso que para José María, uno de los mayores alicientes del Jaén 88 es, sin duda, el ambiente. “La gente viene porque está a gusto aquí. No tenemos clientes, tenemos familia”, asegura.

Y es que a la amplia oferta gastronómica se le suman el trato personalizado, y el buen humor del propietario, que hace la delicia de los clientes. Así lo refren dan algunos de los presentes, que aseguran que “si no fuese por él, no vendría ni Dios”, bromean. En este caso, debido a su ubicación cercana a la ribera del Ebro, a los vecinos de la zona se le suman turistas y paseantes llegados de distintos puntos de la ciudad. “Lo que más me gusta de mi trabajo es el trato con la gente. Nuestro objetivo es que siempre se queden con ganas de volver”, concluye.

 

 

 

Bar J.M

Continúa nuestro paseo por el barrio del Arrabal y llegamos a la vía comercial principal de la zona: la calle Sobrarbe. Allí, en el número 47-49 se encuentra uno de los locales más longevos de la zona, el Bar J.M., regentado por Iván Caballero Arquillué, quien tomaba las riendas del negocio de manos de sus padres, Ángel y Luisa, quienes le enseñaron todo lo necesario para llevar el negocio familiar. “Empecé viniendo con tan solo 16 años para echar una mano mientras estudiaba”, rememora.

El establecimiento abrió sus puertas en 1993. Antes ya había un bar que data de hace más de 45 años. “Los dueños eran amigos de mis padres y un día surgió la oportunidad de traspasar y no se lo pensaron. Mi padre tenía experiencia en hostelería y les pareció una buena idea”, afirma.

Así, con el ambiente del bar de toda la vida que siempre ha sido, y pretenden que sea, la innovación llegaba a través del producto, sobre todo con el café de especialidad -trabajan con café de origen natural- y una amplia oferta de desayunos y tapas. “Traemos café de Colombia, Brasil y Kenia, aunque las procedencias van cambiando. También tenemos descafeinado natural, que es poco habitual”, reivindica el hostelero. Sin embargo, su tortilla de patata o minibocadillos son, sin duda, parte de sus productos estrella. Todo esto se complementa con la oferta de tapas durante el fin de semana.

“Nuestros clientes son más bien mayores, la gente del barrio de toda la vida. Nos encanta que haya un trato muy familiar”, asevera. Y es que, como ocurre en la mayoría de los bares de la zona, en el Arrabal todos los clientes tienen nombre y apellidos. “Son muchos años, y al final nos hemos convertido en parte de la vida del barrio”, reivindica Iván Caballero tras la barra de su bar.

En su caso, apostar por un producto de calidad a un buen precio ha sido una de las claves para mantenerse durante casi tres décadas abiertos. “Entendemos la realidad del lugar en el que nos encontramos, un barrio obrero, humilde, trabajador, con gente de toda la vida, que es muy fiel y cercana”, continúa el zaragozano. Y un barrio en el que todos contribuyen a la hora de apoyar el comercio local: “Aquí todos nos nutrimos entre todos”.

 

Bar Esixto

Aunque sus propietarios llegaron hace relativamente poco al barrio zaragozano, en Esixto Gourmet -ubicado en calle Sixto Celorrio 16- encontramos una curiosa y renovada oferta gastronómica de la mano de sus propietarios, Christian Mckay y Rosa María Artal; que en 2017 decidieron reabrir esta antigua marisquería con ganas de “revolucionar el Arrabal”. Los dos contaban con experiencia en el mundo de la hostelería, pero jamás habían emprendido nada por su cuenta. Fue Christian quien conoció el traspaso del establecimiento del que ha sido su barrio de toda la vida. “Un día vine a tomar una caña después del trabajo y los antiguos propietarios me lo comentaron, y pensé, ¿por qué no? Era una buena oportunidad de emprender”, rememora.

Con 5 años recién cumplidos, hoy pueden confirmar que han logrado que el Esixto será un local de referencia en el barrio, capaz de atraer a gente de distintos puntos de la ciudad hasta la margen izquierda del Ebro. “No hay nada que nos emocione más que la gente nos diga que viene de propio desde la otra punta de Zaragoza”, asegura el hostelero.

Esixto, un local pequeño, pero matón.

La idea era lograr ese ambiente de tasca de barrio de toda la vida, pero con un concepto diferente y completamente renovado. En su carta encontramos una amplia variedad de productos llegados de toda España como jamón de Teruel, trufa de la tierra, longaniza del Pirineo aragonés, queso Manchego, torrezno de Soria, y embutidos ibéricos Joselito, considerados entre los mejores del mundo; así como vinos aragoneses -Calatayud, Cariñena o Somontano- y café Coupage de seis orígenes, y todo tipo de hacemos en el acto, y a la gente le encanta este concepto”.

“Aquí tenemos clientes del barrio de toda la vida, es un público familiar, como si estuviéramos en un pueblo. Todo el mundo te conoce y la gente está muy cómoda, por eso repite”, admite. Porque para ellos, uno de los alicientes de quedarse en el Arrabal fue, sin duda, la gente que vive y hace vida allí.

 

 

Cafetería «El Cid»

Para llegar al siguiente establecimiento protagonista del reportaje nos tenemos que desplazar un poquito más lejos, en concreto hasta el Kilómetro 7 de la carretera de Huesca donde se encuentra la gasolinera Repsol. Hace más de 40 años abrió sus puertas la cafetería El Cid. Allí, de lunes a domingo, desde las 5.30 de la mañana a las 22.00 horas, el movimiento es frenético y el trabajo en sus fogones o la máquina de café del establecimiento no cesa. El local abre sus puertas todo el año, excepto en Navidad y Año Nuevo.

¿El culpable? José Miguel Benabarre, nacido en La Peña (Huesca) hace 62 años y vecino de Luesia, en la comarca de las Cinco Villas, que llegó con 20 años a esta gasolinera, donde trabajaba hinchando ruedas los fines de semana, para ganar “algún dinero mientras estudiaba”. “El bar llevaba cinco o seis años cerrado, y un buen día el encargado me comentó que llevaban idea de abrirlo. Yo no tenía ni idea de hostelería fuera de algún verano que había trabajado en Jaca como camarero; sin embargo; decidí probar y aquí estamos”, rememora.

Los inicios fueron muy complicados, como suelen serlo en los principios de las mejores historias. Hoy, que se ha convertido en una parada indispensable para viajeros y trabajadores de la zona. Benabarre se siente “muy orgulloso y satisfecho” de todo lo que ha conseguido. Y no es para menos, pues el éxito es tal que al día están vendiendo más de 500 bocadillos calientes, que se han convertido, sin duda, en su buque insignia.

Todo esto gracias a un equipo formado por ocho personas: Nuria Torres, Delia Pausan; Daniela Ciapa, Ramona Gheorghe y Francisco Rodrigo, que le acompañan. Hay de pollo, lomo, tortillas de todo tipo -calabacín, champiñón, pimiento, chorizo, y todo tipo de embutidos, etc-, vegetales, de huevo, hamburguesas o salchichas, sin olvidar la tortilla de patata, que causa furor cada mañana entre los trabajadores que realizan allí su parada obligatoria. Quién se lo iba a decir a José Miguel, que cuando empezó tan solo tenía una caja registradora. “Antes no era como ahora, que llegas y tienes todo montado. Me pegué un año fregando a mano hasta que pude hacerme con un lavavajillas”, rememora.

Hoy reconoce que ha elegido una vida muy sacrificada, pero que ha merecido la pena. “Si quieres aguantar, te tiene que gustar. Son muchos días y muchas horas. Aun así, creo que si volviera a nacer haría lo mismo”, asevera. En su caso, cree que la clave del éxito de su local radica en la amabilidad, el trato con la gente, un servicio casero y la rapidez a la hora de ofrecer su servicio. Porque no, en cuanto entras por la puerta del establecimiento te das cuenta enseguida de que El Cid no es un bar de carretera más.

Y aunque la pandemia ha marcado un antes y un después, asegura sentirse muy afortunado de poder dedicarse al oficio que le apasiona de verdad: “La suerte es importante y existe, pero como dijo Pasteur, hay que saber buscarla”.

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