El bar Casa Luis, fundado en 1939, ha estado ubicado en tres sitios diferentes de Zaragoza. Desde 1973 se encuentra en Policarpo Romea, entre el Coso y Heroísmo, sin perder su esencia.


Es complicado que un bar fundado en 1939 mantenga su esencia casi ocho décadas después, pese a haber cambiado su localización en tres ocasiones y haber pasado ya a la cuarta generación. Es difícil, pero Casa Luis, uno de los establecimientos con más historia de toda Zaragoza, lo ha conseguido. En este logro pesa que después de tantos años sigue en manos de la misma familia que lo abrió, pero sobre todo que el tiempo no ha apagado el amor por el buen trato y la buena comida. Con el vermú, las tapas y las raciones como grandes protagonistas, sigue siendo un clásico de la zona de Heroísmo, donde también participa en el tan popular Juepincho, una iniciativa que se lleva a cabo todos los jueves en varias decenas de bares.

Casa Luis abrió sus puertas a finales de los años 30 en el Coso Bajo, en la década de los 60 se trasladó a la calle de Antonio Agustín y en 1973 abrió sus puertas a pocos metros, en Policarpo Romea, su ubicación actual. Entre el Coso y Heroísmo mantiene el negocio familiar Eduardo Fernández, bisnieto del fundador, Luis Morte, nieto del matrimonio que cogió el relevo, Rosario Morte y Eduardo Atarés, e hijo de la siguiente en la línea sucesoria, Rosario Atarés Morte, quien todavía le ayuda en el bar. Pero incluso su abuela (en la foto principal) se da una vuelta para ver si está todo en orden.

Siempre lo está, por supuesto, ya que Eduardo ha vivido el mundo de la hostelería desde que nació. Ahora mantiene viva la tradición con el vermú y la cocina de mercado como principales ingredientes. Pero su desembarco en Casa Luis fue algo casual, casi obligado por la ilusión de mantener la tradición familiar, en el que ya lleva dos décadas. “En los últimos años ha habido algún cambio, pero más condicionados por la situación actual y para adaptarnos a lo que demandan los clientes”, asegura Eduardo.

De cómo han cambiado las cosas, tanto en la hostelería como en la vida, puede hablar más su abuela Rosario, que comenzó a trabajar con solo 12 años en el bar, cuando estaba en el Coso. “En los años 40 era algo muy familiar, siempre estaban los mismos clientes”, asegura, mientras recuerda que el establecimiento siempre estaba abierto: “Hacíamos la vida allí”. Desde entonces ha acumulado decenas de anécdotas o de historias que, con el paso del tiempo, parecen casi inverosímiles: “En aquella época no había neveras, así que llegaba el hielo en barras y así manteníamos fríos los alimentos o la bebida. La cerveza la sacaban con una bomba de bicicleta y venía mucha gente a ver cómo lo hacían”. Más de siete década con las puertas abiertas a Zaragoza dan para mucho, y Casa Luis es uno de los grandes testigos de cómo han cambiado la ciudad y su gente.