El bar Montesol, situado cerca del Clínico y el campus de la plaza de San Francisco, puede presumir de unas de las patatas bravas más conocidas de Zaragoza. Sus calamares, tapas y bocadillos triunfan desde los años 70.

 

Las patatas bravas del Montesol son parte de la leyenda gastronómica de Zaragoza. Cada vez que surge el debate de qué bar puede presumir de hacer las mejores de la capital aragonesa aparece el nombre de este establecimiento situado en la esquina de las calles Franco y López y San Juan Bosco, junto al Clínico y cerca del campus de la plaza de San Francisco de la Universidad de Zaragoza. Pero la fama de sus patatas, calamares y otras raciones no es nueva. Ni efímera. En 1973, cuando el paisaje de la zona en poco se parecía al actual, ya era un lugar de referencia para los estudiantes, taxistas, militares y vecinos del barrio. Fue entonces cuando se hicieron cargo del bar Ángel y Javier Gracia, quienes convirtieron el Montesol en el lugar que es hoy en día. Hace unos años se jubilaron con la certeza del trabajo bien hecho, y el establecimiento pasó a manos de Francisco José Gracia, hijo y sobrino de los propietarios, y del que actualmente es su socio, Conrado Bernad, quien trabaja en el bar desde que era un adolescente.

“En los años 50 ya había un bar abierto en este lugar. Se llamaba El Trolebús porque aquí se acababa la ciudad y era donde este medio de transporte daba la vuelta”, recuerda Javier Gracia, ya jubilado. El bar se consolidó con el nombre de Montesol, y pronto se convirtió en lugar de referencia para los estudiantes de Magisterio, la gente que iba al Hospital Clínico o los trabajadores del parque móvil que había en la zona. También los de la antigua discoteca San Jorge, donde actuaron grupos como Fórmula V o Mocedades. “Cuando tocaban venían a cenar aquí”, recuerda Javier, quién cree que “el Montesol ha sido el mejor testigo de cómo ha cambiado el barrio”.

Cuatro décadas después, este establecimiento sigue siendo un lugar de referencia en la zona con los mismos productos estrella, que atraen a gente joven y a clientes de toda la vida. “De vez en cuando viene alguien de Logroño, de Madrid o de cualquier otra ciudad a comerse unas patatas bravas y nos dicen que nos conocen de cuando eran estudiantes”, explica Francisco Gracia, actual copropietario del Montesol, junto a Conrado. La receta, dice, “es secreta”, pero sí apunta algunas de las claves: “mucho cariño, un producto de gran calidad y un muy buen proveedor, en nuestro caso, Patatas Gómez”.

De la fama de estas patatas bravas no hay duda, y en cualquier momento del día hay gente degustándolas. A las 6.00 de la mañana, cuando abren, es la hora de los trabajadores que más madrugan y de los juerguistas a los que se les ha hecho corta la noche -es un clásico para almorzar entre los trasnochadores-, unas horas más tarde triunfan en el almuerzo, entre los estudiantes en las horas muertas y el vermú, y por la tarde cualquier hora es buena. El secreto, además de unas buenas patatas bravas, calamares o bocadillos, también lo descubre Francisco: “Calidad, un buen servicio y mucho trabajo”.

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